UN DÍA DISTINTO
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Ayer fue un día distinto para Rodolfo. Uno de aquellos que quedan por siempre grabados en nuestra memoria, como los mejores de nuestra existencia.
Los que nos demuestran que existe en nuestro tiempo, espacio para el amor y la amistad.
Los que hacen que todo lo vivido, no ha resultado en vano.
Hoy lunes de madrugada retorna a casa, lentamente su auto desanda el camino de la vuelta, mientras las pálidas luces que alumbran las calles, descubren sus mejillas humedecidas bajo un leve rocío de lágrimas.
Sí, Rodolfo está llorando, pero no es un llanto de tristeza, son lagrimas de nostalgia y emoción, menudas gotas que brotan desde el alma cautiva de su ser.
Por la mañana volverá la rutina.
Rodolfo nació en el barrio, desde el primer instante su piel fue abrazada por la brisa de la naturaleza barraquense.
Nació y creció en Barracas y aunque ahora ya no habita en él, asiduamente lo recorre a causa de su trabajo.
¡Ayer! Domingo por la mañana, trepó a su automóvil y recorrió como cada día el mismo camino hasta llegar al barrio.
La semana anterior había estado conversando con su amigo Juan, entre los dos decidieron concertar una reunión con los amigos del barrio, los de siempre, los de la eterna adolescencia.
Siempre se hallaban en contacto, pero en veinte años nunca se habían reunido todos juntos.
Cuando descendió del auto, débiles rayos del sol mañanero alumbraban su figura, como queriéndolo acompañar en ese raid nostálgico a través del mágico dibujo que ofrecía Barracas.
El día pasa rápido, se dijo a sí mismo, por la noche lo esperaba la tan ansiada cena.
Sin pensarlo había estacionado el auto frente a la plaza, caminó unos pasos, se
Detuvo a contemplarla ya que muchas veces y en el mismo día pasaba frente a ella sin mirarla, compenetrado casi siempre en valores banales.
Esta vez sus ojos se llenaron de luz, de una luminosidad que iba deslumbrando de sus sombras los duendes que manaban del pasado.
La plaza había sido recientemente reestructurada y muy poco resistía del pasado.
Aunque en ese instante, para Rodolfo nada había cambiado, sus ojos veían lo que su alma quería ver y sus oídos oían lo que su espíritu quería oír.
Mágicamente sintió que su cuerpo se transmutaba en aquel muchachito adolescente y desde una densa nebulosa comenzó a surgir la nitidez de lo fantástico.
Advirtió la voz de Juan, reclamándole que le pasase la pelota, sintió su cuerpo transpirado mientras corría distraído sobre el césped con la de goma al píe, luciendo sobre el torso la camiseta azul y oro de su amado club.
Sus amigos Armando, Beto, Ignacio, eran partícipes imprescindibles de esa fantástica visión de añoranzas adolescentes, de ese picado rescatado de la efigie inolvidable de un domingo mañanero.
La realidad y la ficción se confundían en un mundo intermitente y mientras transitaba las calles del barrio iba bosquejando las viejas fachadas.
Al caminar la calle Herrera, esta le devolvió la perenne imagen del almacén de Grandi, que solo subsiste aun en un rincón de su memoria.
No se encontraba solo en ese andar de peregrino mitológico, lo escoltaba su mejor amigo Hugo, " el flaco " levemente encorvado de risa facil e indeclinable
amistad.
Abstraído en una incoherente remembranza, junto a la abstracta compañía de su amigo, fue recorriendo paso a paso las calles desbordadas de leyendas juveniles.
Sus ojos rehicieron lo etéreo, el bar de flecha, la biblioteca, la librería de Otero, la carnicería de Cosme, la cigarrería de Ventura, la lechería con su mete gol, el pasaje Jener, el almacén de lamparita, el de patrulla de ratas, la rinconada...
La intermitencia se fue diluyendo y la realidad del presente comenzó a invadir cada recodo de su psiquis.
Hoy el barrio se confunde entre modernos edificios y arcaicos y vetustos caserones, mientras su cielo está tejido por una maraña de cables telefónicos y de compañías de televisión y hasta una formidable autopista lo atraviesa en dos desangrando su estirpe de arrabal.
Las sombras denunciaban el final del día, mientras iban invadiendo sutilmente cada espacio barraquense.
Rodolfo observó su reloj, la hora de la cita estaba próxima, la histórica avenida Montes de Oca le pareció mucho más iluminada, era la vía que lo conduciría a Potenza, el restaurante del ahora "gordo" Menendez.
Estaba sentado junto a una mesa, cuando comenzaron a llegar uno a uno sus amigos, todos se fueron fundiendo en un fraterno e inagotable abrazo.
Los recuerdos y anécdotas saturaron de añoranzas el entorno del pequeño comedor.
Así fueron pasando las horas, en una conjunción de entrañable amistad.
Ayer fue un día distinto para Rodolfo, hoy lunes de madrugada sus mejillas continúan húmedas.
Sí, Rodolfo está llorando, pero es un llanto de nostalgia y emoción, pronto llegara a su hogar.
Por la mañana volverá la rutina.